Manuel Pimentel convierte su novela 'Dolmen' en escenario de su
adhesión a la arqueología y al thriller
MANUEL MATEO PÉREZ
15 ene. 2018 16:52
El escritor y editor de Almuzara
vuelve a la geografía andaluza y a su historia para esclarecer un viejo rito
prehistórico que desvela las miserias y las grandezas de los hombres de todas
las épocas
Dolmen es el título de la última novela del escritor y editor
Manuel Pimentel. Ha sido publicada en Almuzara, el sello de su propiedad, como
sus anteriores libros. Pero este último volumen consagra a su autor
como un verdadero escritor porque vierte en él los ingredientes que convierten
en verdad toda gran obra. Su viejo amor por la arqueología, de la que
había dado pruebas en sus primeros libros, es el telón de fondo de algo mayor:
La construcción de un thriller apasionante, atávico, lleno de suspense y
energía, de lectura apasionada y caudalosa, de viaje de largo aliento y, cómo
no, de debilidad, miseria y al fin de grandeza humana.
Valencina de la Concepción, una
localidad en apariencia insignificante en el Aljarafe sevillano, a muy pocos
kilómetros de la capital hispalense, es el escenario de un crimen atroz inspirado
en un rito prehistórico que al parecer practicaban tres mil años antes de
nuestra Era. Aquel suceso coincide con la llegada a la localidad de la
arqueóloga Artafi Mendoza, un personaje bien dibujado, de un sugerente
atractivo femenino y vastos conocimientos históricos que se da cuenta desde
bien pronto de que las herramientas de la policía no son suficientes para
esclarecer el suceso. Artafi trabaja en el dolmen de La Pastora, el
tholos con el corredor más largo de la península ibérica, y lo que aún es más
singular, con una anómala orientación astronómica al ocaso cuando lo habitual
es buscar el nacimiento solar.
A Luis Gestoso, un ingeniero que
trata de poner punto y final a su tesis doctoral sobre el Calcolítico, lo
encuentran muerto y mutilado sobre una piedra de molino en su finca de
Valencina, próxima a los dólmenes. A su alrededor la policía encuentra piezas
cerámicas antiguas, vasos campaniformes que contienen restos del sacrificado.
Al ingeniero le habían arrancado los ojos, cortado la lengua y los genitales y
con extremado cuidado habían hecho una incisión sobre el pecho para arrancarle
el corazón que por unos segundos siguió latiendo. A ese horroroso escenario
será imposible buscarle una explicación desde la mentalidad de la sociedad de
hoy día. Artafi Mendoza tendrá que buscarla en la mentalidad de los
hombres y mujeres que vivieron en este lugar hace cinco mil años, cuando las
aguas de los mares no estaban tan lejos como ahora lo están.
Lo que sigue a continuación es un
viaje por otros lugares de la geografía andaluza vinculados con la huella de la
prehistoria. Y entre esos escenarios el trepidante intento de dar una
explicación a ese y otros sucesos que nos atrapan capítulo a capítulo. Manuel
Pimentel, que dedica su libro a sus hijos Pilar y Manolo, alcanza en Dolmen una
veteranía que el lector había intuido en sus anteriores libros, en especial en El
librero de la Atlántida, donde se atreve a sugerir un argumento diferente
al cambio climático, o en El sabio enamorado y el jardín del Califa,
inspirado en los jardines de Medina Azahara, él que bien los conoce porque vive
al lado del conjunto arqueológico.
Pimentel, que es un laborópata,
compagina su trabajo de escritor con su dedicación a la edición.
Almuzara se ha convertido en los últimos años en una de las editoriales más
importantes de España. En Berenice, otro de sus
sellos, publicó hace unos años un Manual del Editor donde desbroza el
negocio y en un acto de apreciable generosidad comparte las estrategias que han
hecho que algunos de sus títulos se hayan convertido en long seller.
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